OASIS DE HUMANIDAD, segundo cuento de LoK

Mi profesora de Pilates saluda con un “¡Hola a todo el
mundo!” que me alegra el día. Otra gran Amiga no falla cada mañana y siempre tiene una frase, canción o saludo preparado nada más despertar. Son gestos sencillos, ¿verdad?. Esa simple frase que puede marcar la diferencia entre un buen día o un día de mierda, entrar en un lugar con gente y recibir amabilidad en el saludo, o que aún resuene en tu mente el eco del “¡Buenos días!” que se quedó huérfano de respuesta, ese vacío que hace aumentar la deshumanización de todo lo que te rodea y que te mete en un hoyo muy profundo de soledad y desasosiego.
Yo me crie en un pueblo y ahí todo el mundo se mira, incluso con descaro, y se saluda, o se saludaba… Ya no sé, que llevo años sin volver, the times they are a changin’ y peino canas hace tiempo –canas que, por cierto, nunca me he teñido, ¡ni falta que hace!-. No sé si la historia habrá cambiado mucho, poco o nada, pero en ese lugar de mi infancia, y en todos los pueblos que por entonces visitaba, te conocieras o no, fueras oriundo o forastero, era una norma sagrada, básica, universal, una muestra de cordialidad, de vecindad y de cercanía que a todo dios se le saludaba. Un leve movimiento de cabeza, un buenos días mirando a la cara o el pararte a charlar con el vecino o el conocido, o incluso con el desconocido, ese simple gesto era natural, innato, protocolario. Luego la vida se volvió más encorsetada, más fría, el paso a una ciudad de provincias -castellana a más inri-, después a una capital y a medida que iba aumentando en número de habitantes el lugar de mi residencia temporal, tanto más bajaba el calor humano en los saludos y en las relaciones.
Es curioso el hecho de que normalmente nos abrimos más a quienes no nos prejuzgan ni nos conocen, de ahí tal vez mi particular atracción por los más absolutos desconocidos, germen de las más bonitas, desgarradoras, banales, divertidas, absurdas, sencillas o grandes historias que he tenido el privilegio de escuchar. Más de siete mil millones de seres en este planeta, quiero oír todas las que estén a mi alcance, o inventarme en el saludo a un desconocido cualquiera de ellas, sea cierta o no. Ya venga por ese buen gen pueblerino inoculado en mi infancia, o por el imán que siento por los desconocidos, defiendo el hecho de saludar, charlar, compartir aunque sea un breve diálogo o una experiencia, como algo que puede devolvernos esa materia humana de la que todos estamos hechos, pero que a menudo olvidamos, o nos obligan a olvidar, haciendo que nos comportemos como robots programados solo para consumir, solo para divertir, solo para estar con el rebaño, solo para ir a algún sitio, sin derecho a detenerte en el camino, sin darte el gusto de desviarte de tu rumbo guiado por un sonido, por un olor, por una conversación, o por las simples y puras ganas de ir contracorriente, de salir del grupo.
Y hablando de oasis… Hay para quienes una farmacia no supone más que ser un dispensador de medicamentos o una panadería el lugar donde surtirse de panes y pasteles, sin preocuparse por el currante que se desvive porque no nos falte de nada y que siempre está ahí, abierto para ti. En cambio esos, en apariencia, simples lugares son los que humanizan nuestros barrios y nuestras ciudades, los que nos devuelven los saludos a los solitarios de ciudad, los que marcan la diferencia en el día a día. Saber un poco más de la historia de quienes te rodean, prestarte a escuchar, incluso tan solamente sonreír y saludar, puede cambiarle el día a alguien. Tengo la inmensa suerte de vivir en el centro de una gran ciudad pero en un barrio que, más que eso, sigue conservando sus resquicios de pueblo. Mayor fortuna la mía porque en este lugar encontrar dos historias parecidas es muy difícil. El enriquecimiento que se puede encontrar abriendo bien los sentidos es tan grande que a cualquiera con una mente abierta y un corazón sereno se le muestra todo un mundo de posibilidades. Saber cómo le va el negocio al panadero y si su familia está bien, si el farmacéutico que se curra a diario una sonrisa para cada vecino está contento después de un año abierto; reivindico esos pequeños gestos que devuelven la esencia a los barrios y a las ciudades, que nos dan un respiro ante tanta deshumanización y que nos devuelven nuestro carácter humano, antes de que las máquinas, o los virus, ocupen nuestro lugar en el mundo…
Tantos oasis de humanidad por descubrir, merece la pena arriesgarse, ¿no?. “Let´s go, be brave, just say: Hello!”.

PEQUEÑAS ALEGRÍAS, 10: AMPARO, PILAR Y "PILI PILONCHA NOS EXPLICAN QUIÉN ES ESE CORONAVIRUS.

Cuando empecé este blog me hice la propuesta de recopilar al menos diez pequeñas alegrías que habían servido para llevar mejor los quince días del estado de alarma. Sí, han leído bien, ¡quince días! porque no pensaba que el confinamiento fuese a durar mucho más. Anoté esa fecha en el almanaque bien grande y en color rojo y empecé a hacer una modesta recopilación con las iniciativas más originales que empezaron a surgir aquí y allá de manera expontánea. Hace cuarenta y pico días era así de ingenuo, ahora ya no tanto, qué remedio, de hecho me he pasado al bando de los que desconfía cuando le dicen que ya mismo estaremos tomando cañas en los bares. Lo que no ha cambiado desde que empezó el encierro es la sorpresa y alegría que me siguen produciendo la creatividad que demuestran tantas personas a la hora de contarnos su visión sobre esto del coronovirus, los trastornos que ha ocasionado en su vida diaria y como los están superando. No podía imaginarme que en el mundo había tantos artistas agazapados, algunos de ellos tan cerca de mí.

Hoy la alegría me llega de la mano de Amparo, su hija Pilar (gran ventrílocua) y su amiga “Pili Piloncha” que nos explican en un simpático cuento quién es ese bicho llamado coronavirus. Olvidaros de guías de la OMS, recomendaciones del Ministerio de Sanidad o incluso de los whatsapp que os mande vuestro cuñao favorito... En este vídeo os explican pasa a paso la evolución de la pandemia y lo que hay que hacer para luchar contra ella. ¡Ideal para todos los públicos! Comenta Amparo que dentro de poco, Pilar va a crear su propio canal en youtube, del cual estaremos muy pendientes. ¡Buena semana y ánimo!

PEQUEÑAS ALEGRÍAS, 9: UN LOBITO BUENO, por CELIA TRUJILLO

Mañana los niños podrán volver a la calle. Esto es motivo para una pequeña alegría. Un paso más para ir recuperando poco a poco los espacios y rutinas que hemos perdido estas semanas por culpa de la pandemia. Un pellizco de esa libertad que echamos de menos. Yo, por muy poco (no tengo menos de catorce años pero casi), no podré salir, así que me limitaré a envidiarlos y verlos pasar por la calle cogidos de la mano de sus padres, desde mi balcón.

Y es que hace días que aquí en mi calle no escucho a los niños saludarse de balcón a ventana y viceversa, de invertarse juegos o de retarse al veo veo. Compruebo que al igual que en los adultos, va siendo más difícil mantener el ánimo alto. Ya pasó la sorpresa inicial por la novedad que suponía tener que quedarse en casa y pasar todo el día con la familia. Yo recuerdo, por ejemplo, un par de veces en mi infancia que tuve que quedarme algunos días en casa por culpa de un brazo roto o de alguna enfermedad. Al principio vivía esos día diferentes casi con alegría. Los pasaba todo el día en la cama o en el mejor sofá del salón jugando con los juguetes favoritos o devorando libros. Tenía preferencia a la hora de escoger los programas de la tele, aunque por aquella época solo emitían dos cadenas en la televisión (la Primera y la UHF). Internet no había sido inventado siquiera ni en las novelas de ciencia ficción. Con todo, era muy fácil mantenerme entretenido, dejándose mimar por la familia y por las vecinas que venían constantemente a casa, todas cargando como regalo una lata de melocotones en almíbar. Los amigos venían a verme por la tarde y me preguntaban curiosos como era eso de no tener que ir a clase, en algunos adininaba hasta cierta mirada de envidia. Pero también recuerdo como pasados unos días, la novedad daba paso a días más largos en los que resultaba cada vez más difícil mantener el aburrimiento a raya. El melocotón en almíbar también acababa cansándome.

Creo que el hecho de que (pese a las polémicas que haya podido suscitar esta relajación en las medidas de confinamiento) los niños puedan salir un rato a la calle es una buena noticia. Espero también que pronto puedan hacerlo las personas mayores, eso sí, respetando unos y otros las medidas de seguridad. No nos relajemos ahora después de llevar tantos días haciendo las cosas bien.

Toda esta parrafada que soltado otra vez dejándome llevar por los
UN LOBITO BUENO de Celia Trujillo
viejos recuerdos, no es sino una introducción para presentar el cuento que ha llegado hasta este blog después de unas cuantas carambolas. La autora del cuento es CELIA TRUJILLO, de 10 años, y se titula “UN LOBITO BUENO”. Aquí os dejamos el enlace para que podáis leerlo tranquilamente, disfrutando de una historia que nos va a enseñar muchos valores, junto con unas divertidas ilustraciones hechas por la propia autora y su padre. Animamos a Celia a que siga escribiendo cuentos tan bonitos, que nosotros prometemos seguir comentando aquí. Le auguramos un gran futuro como escritora. Gracias a Celia y su familia por hacernos partícipes de tu historia.

Storyjumper es una herramienta ideal para desarrollar la escritura de cuentos infantiles y la creatividad, pero también un sitio para la publicación de los relatos de nuestros alumnos. Permite a cualquiera crear y publicar un libro infantil, tanto en línea como en tapa dura (en este caso, previo pago). En su página puedes encontrar aparte del cuento de nuestra incipiente autora, cientos de cuentos más, con los que podrán entretenerse los más pequeños, y seguro que los adultos también. Por supuesto, también podrás crear tu propia historia.

MURIÓ EDWARD LIMÓNOV... POR FIN DESCANSAMOS EN PAZ

El 17 de marzo, cuando sólo llevábamos tres días de confinamiento y cuando la gran mayoría de nosotros aún no éramos conscientes de lo que se iba a alargar la cuarentena, moría el escritor Eduard Limónov. No puedo confirmarlo, aunque creo que no murió por el dichoso coronavirus. Rodrigo Fernández, en un artículo que escribió para El País allá por el año 2003 lo definió como “el más escandaloso de los escritores rusos vivientes y uno de los más importantes novelistas de la Rusia contemporánea”.

Otros titulares, escritos el día de su defunción o en días posteriores,
fueron;
ególatra trotamundo” (La diaria)
un personaje poliédrico y complejo, odiado y amado, que había construido su vida desde una profunda convicción rebelde, con alma de creador punk” (La vanguardia)
venerated “talented misfits” and claimed to offer a galvanizing cause for hopeless youths. But his politics were built on Russian revanchism — a “National Bolshevism” combining fascist imagery with a claim to restore Soviet grandeur” (Jacobin)
The ‘Johnny Rotten’ of Soviet dissident writers who delighted in making enemies and shocking bourgeois sensibilities” (TheTimes)
príncipe del 'underground' soviético y rata mayor de Nueva York” (ElPeriódico)
Mujeriego y radical, la controvertida vida del escritor y político es digna de ser llamada «de película», aunque una película para algunos indigerible por racista, imperialista y misógina”, (ABC)
 “Político, novelista incendiario, punk, guerrillero, extremista, poeta maldito” (El País)
el político y escritor, tornado en excéntrico personaje literario” (El diario).

Después de titulares así queda claro que no era un artista que dejara indiferente a nadie. Yo poco más puedo añadir, sino que el descubrimiento de la obra de este escritor par mí fue todo un acontecimiento. Hacía mucho tiempo que no me reía tanto, de estas veces que hasta tienes que detener la lectura para poder carcajearte a gusto, como cuando empecé a leer sus biografías “Historia de un servidor” e “Historia de un granuja”. En la primera cuenta con mucho descaro y una frecura inusual sus anécdotas como criado de un ricachón de Nueva York, ciudad a la que se exilió como tantos otros rusos en la década de los setenta. En la segunda, retrocede en el tiempo para contarnos como malvivía la bohemia de Jarkov (Ucrania), ciudad en la que vivió sus primeros años. Todas sus historias son relatos de una picaresca moderna, siempre plagadas de retales de humor, pero que acaban mostrando a ratos con ironía, otras con resentimiento, con acidez o resignación la precariedad y dureza en la que vivían tantas y tantos artistas rusos primero bajo la dictadura comunista y después, los afortunados que pudieron emigrar o huir, en el no tan dorado exilio americano. Muchos pensaban que por su simple halo de artistas serían recibidos en el nuevo mundo con los brazos abiertos. Llegaron al país de las libertades, pero para retomar la senda del éxito, debieron sudar tinta en un país en el que las reglas del juego eran completamente diferentes a como ellos habían esperado. No todos lograron rehacer del modo que esperaban sus trabajos como escritores o artistas. Ambos libros están publicados por Ediciones del oriente y del mediterráneo.
Estas dos novelas las podrás encontrar en la Biblioteca Pública de Albacete, así como la biografía que sobre Limónov escribió Carreré, la cual dio a conocer a este excéntrico artista.


Además, poco antes de que empezara la cuarentena este que os escribe, tuvo la suerte de leer “Soy yo, Edichka” de la editorial Marbot, su primera novela, también centrada en sus años pasados en nueva york, realizando todo tipo de trabajos e intentando hacerse un hueco entre la camarilla de artistas y vividores que pululaban por la ciudad. Un relato descarnado y salvaje, que te remueve continuamente el estómago y que no te deja indiferente.

Las memorias de Eduard Limonov sobre sus primeros años de emigrado en Nueva York solo encontraron editor en París. Tal vez temiendo que el libro pudiera pasar desapercibido —su autor era casi un desconocido en Occidente; no así en Rusia, donde tenía un gran cartel como poeta underground—, optó por cambiar el título original ruso por otro bastante más picante: El poeta ruso prefiere a los negrazos. En este caso, sin embargo, el explícito intento deépater le bourgeois encaja perfectamente con el contenido del libro, donde el sexo es omnipresente y no conoce barreras de pudor,
de orientación y por momentos de cordura, la política resulta de todo punto inseparable de la violencia, y el odio de clase más démodé preside la relación con la mayoría de sus conciudadanos. El amor —pues se trata de una historia de amor— se parece más que nada a una enfermedad”. (El País, Librotea)


Cuando me enteré de su muerte, no sé por qué, pero me acordé de la leyenda que que dice que en el epitafio que hay escrito en la lápida de la tumba donde yace Klaus Kinski pone algo así como: “Aquí yace Klaus Kinski, por fin descansamos en paz”. Estoy seguro que más de uno fue lo primero que pensó al enterarse de la muerte de este hombre inquieto y agitador profesional.

MAÑANA SERÉ UN NÚMERO

No sé qué numero anónimo me tocará en la cifra del día de hoy ser en el telediario, pero seré eso...un número... En cada respiración forzada que son como puñetazos cada 5 segundos siento que no puedo más.... La vida se me escapa entre luces de fluorescentes y
visitas exprés de enfermeros cuyas miradas detrás de unas gafas de protección intuyo miedo e impotencia...tengo frío... Cierro los ojos y escucho el silbido del oxígeno y el mecanismo que fuerza un aire que me apuñala cada vez más fuerte unos pulmones que ya se han rendido... Hoy es sábado... mañana seré un número... en la televisión programarán películas sin la sensibilidad de la cifra de hoy: Dos Jumbo 747 estrellados en España sin supervivientes...y mañana y pasado y ... pero la mayor preocupación es el papel higiénico y el aburrimiento... Ahora el enfermero viene acompañado de otro vestido de extraterrestre, malo... creo que me queda poco... Sigo dictando cada pensamiento como si una taquígrafa del Congreso estuviera tomando notas.... que iluso... nadie puede ni quiere escucharme... Dalton Trumbo... Johnny cogió su fusil... eso... así no...así no... Quiero tener en estos momentos un Hijo que me despida de esta Puta Vida como en Big Fish...
nadie debería morir sin una caricia en su mano... los aplausos no llegan aquí...



Me llegó desde Utrera hace unos días este relato.  De un gran amigo al que sé que le gusta como a mí, embarrarse en esto de la literatura de vez en cuando. Aunque el suele salir del charco mucho más airoso que yo. Como muestra este relato, que nos ofrece una visión desde un punto de vista que nadie querría disfrutar. 
Un aplauso para esas personas que estos días están padeciendo el azote del coronavirus y que esperamos que salgan  airosos del encontronazo. Oir por la radio el número de personas recuperadas es siempre un motivo de alegría,

PEQUEÑAS ALEGRÍAS, 8: MI VECINDARIO Y LA CURVA DE LA ESPERANZA.

Pasan los días y cada vez en más difícil mantener el ánimo. Esto de no saber a ciencia cierta qué día terminará la cuarentena hace que la espera resulte aún más desesperante. Además, cada día que pasa está más claro que la vuelta a la normalidad tendrá que esperar. No parece probable que una vez que salgamos a la calle, podamos ponernos a dar abrazos como locos a cualquier persona que nos crucemos por la calle, y nos metamos de cabeza a un bar a celebrar la recuperación de la tan ansiada libertad. Además, cada vez el cerco de al tragedia se va estrechando. Estamos a todas horas hablando con familiares y amigos y a veces alguno de ellos te anuncia la defunción de algún ser querido. No sabes cómo actuar en esos momentos. ¿Cuál es el término medio, la actitud justa, cómo mantener la compostura y el ánimo ante una noticia así? De repente entre todos los libros que has leído a lo largo de tu vida te das cuenta de que es imposible encontrar las palabras adecuadas. Pero hay que seguir, continuar andando a pasos cortos recordando en cada uno de ellos a nuestros seres queridos, los que están y los que ya no están a nuestro lado.

Como todos estos días, durante las últimas semanas me pongo a hacer la comida escuchando la radio. A esa hora el Gobierno ya ha dado los datos y hecho el balance de las últimas 24 horas. Ayer 410 muertes, hoy 399. Son datos buenos, dentro de la tragedia que siempre supone la muerte de tantas personas. Desde hace varios días el número desciende y eso, no diré que es motivo de una pequeña alegría pero sí de una agradable esperanza. Por fin parece que la dichosa curva de la que estamos todos penientes comienza a descender. Mientras sigo escuchando los comentarios de expertos y no tan expertos oigo una animación atípica en mi calle. Me limpio las manos en el delantal y así, con mi pinta de pinche de cocina, que uno estos días ha perdido las ganas de seguir aparentando algo de glamour, salgo al balcón (al menos el delantal tapa el chandal). Hay un acalorado debate de balcón a balcón. Incluso veo gente en ventanas y terrazas en las que pensaba que no había nadie. Por supuesto, el tema es el coronavirus y cómo está afectando a nuestras vidas. Se comparten momentos vividos, cerveza en mano, durante el encierro, se gasta alguna broma, se ríe, se suspira con fingida desesperación, el ambiente es pese a todo, agradable. Que es lunes y vuelve a verse algo más de movimiento por nuestra calle, nuestro universo. Alguien pregunta entonces que si aprenderemos algo de todo esto. Se hace el silencio durante unos segundos y las voces vuelven a brotar como briznas de césped. Los comentarios son de nuevo variados, está claro que a todos, estos días los están marcando. La respuesta final parece unánime. Nadie en mi calle piensa realmente que recordaremos durante mucho tiempo la lección que nos está dando la pandemia. “El ser humano no escarmienta” apuntilla un vecino. Y todos asienten con diversos gestos. Yo no estoy de acuerdo, no he participado en la tertulia, pero he escuchado con atención las aportaciones de unas y de otros y noto en todos ellos cambios sutiles. De algún modo yo sí espero que de todo esto surja una sociedad nueva. El ser humano no escarmienta, pero a base de palos va encontrando su camino, aunque tenga esa innata tendencia a salirse pronto de él. El cambio no será drástico, eso creo que tampoco sería bueno, pero espero que de toda esa nostalgia por las personas que más queremos, por la necesidad de recuperar el contacto físico, por volver a sentirse próximos a otros, por la avalancha de recuerdos que nos cubren estos días, por descubrir en nosotros una profundidad inaudita, por la certeza de comprobar la inutilidad de tantos de los objetos que nos rodean habitualmente, por el desgaste vano de tantos hábitos a los que nos sentimos obligados sin tener motivo... Por todas estas nuevos pensamientos y sensaciones que se han apoderado de nuestro día a día, creo que serán muchos los que que serán nuevas personas, mejores personas, las que salgan de nuevo a la calle. Esta es mi pequeña alegría. Me vuelvo así, a la cocina, de donde empieza a salir olor a quemado, con una ligera sonrisa.

Pongo de nuevo la radio. Están hablando ahora de que en Aragón se están empezando a repartir diplomas a los niños que han superado con paciencia la cuarentena. Así a bote pronto, me parece un gesto bonito. Pero viendo los comentarios que desatan la noticia, en unos minutos empiezo a dudar de mi idea inicial. Solo de una cosa estoy seguro: los niños son seres maravillosos, con los adultos no lo tengo tan claro.

PEQUEÑAS ALEGRÍAS, 7: DEPORTE SIN SALIR DE CASA

Uno, que con bastante frecuencia tiene el alma de un cántaro, quiso el otro día, después de varias semanas de confinamiento, empezar a hacer algo de deporte por eso de que se acercaba el verano y había que lucir de nuevo el tipito por las playas y piscinas patrias. Pasé bastante rato mirando en diferentes tiendas online a ver qué máquina podría comprar, que fuese baratita y que sin mucho esfuerzo me sirviese para sudar un poco todas las tardes. Por supuesto, ingenuo de mí, no encontré ninguna disponible, ni había posibilidad de que pudiese comprar alguna en las próximas semanas. Probé con diferentes modelos de bicicletas estáticas, elípticas, maquinas para remar y hasta unos rodillos que me permitiesen hacer algo de bici sin salir del salón. Acabé mi búsqueda apuntándome a diferentes listas de espera, sin mucha esperanza de poder conseguir alguna de esas sofisticadas máquinas de tortura del siglo XXI, antes de que termine esto de la cuarentena. Luego leía por ahí que muchos de los productos relacionados con la gimnasia, tanto máquinas, como ropa, como otros accesorios  se agotaron en los primeros días de encierro, algunos incluso antes. Esto me lleva a la misma conclusión como cuando me enteré que se habían agotado la levadura y la harina para la repostería. No cabe duda de lo importante que es el deporte y como este se convierte en una actividad casi imprescindible para gozar de buena salud tanto física como mental. Una necesidad que se multiplica aún más en estos días en lo que nuestra movilidad se ha visto reducida de manera tan drástica.

Yo escribo esto desde mi suprema ignorancia y recelo. No diré que no me gusta el deporte o que no lo practico, de hecho suelo darme mis paseos en bicicleta siempre que llega el fin de semana y me conozco bastante bien todas la vías verdes que rodean Albacete, que de eso, como de tantas otras muchas cosas, está bien servida. A veces también voy a echar ratitos de baloncesto, intentando emular a mis figuras deportivas de la adolescencia, a saber, gente como Villacampa, Epi o Iturriaga, aunque quedándome incluso en sueños a bastante distancia de ellos. Llegado el verano también disfruto dándome mis buenos chapuzones en la piscina municipal de Chinchilla y haciendo algún largo que otro. Digamos que soy de la escuela rural, de algún modo, sigo practicando los deportes a los que tenía acceso en el pueblo y con los que llenaba junto al resto de amiguetes todas las tardes. Teniendo un balón, un descampado y un puñado de piedras para hacer las porterias uno era bastante feliz.

La fiebre por los gimnasios me llegó mucho más tarde y solo me dió de refilón. Como buen español, llegaba septiembre y me apuntaba a un gimnasio e incluso algunos días hasta me atrevía a entrar. Pasaba más tiempo arrinconado en la última máquina de pesas sin atreverme a hacer mucho ruido no fuese que algún monitor le diese por ponerme una tabla de ejercicios. Así que ahora, estos días en los que vuelve a picarme la curiosidad, no sé muy bien por dónde empezar. Mi primer intento fue improvisar una pequeña canastita en el salón y practicar el tiro con una pelota pequeña. Lo único que conseguí fue un dolor de espalda porque me pasaba más tiempo buscando la dichosa pelotita rodando por debajo de las mesas o entre las patas de las sillas.

Afortunadamente, los amantes del deporte estas semanas  disponen de mejores opciones para hacer todo tipo de ejercicios, o casi todos. Rebuscando por ahí, preguntado entre amigos y amigas, es fácil encontrar algún programa, web, tutorial o lo que sea con el que puedas mantenerte entretenido a la vez que desentumecer tus músculos. No cabe duda, de que esto del deporte es adictivo por lo bien que te hace sentir. Y sin duda una buena vía de escape y una alegría con la que ir llevando mucho mejor, y de manera saludable, estos días de confinamiento. Como siempre, os pongo el enlace a un par de páginas desde las que podréis practicar vuestra afición favorita, sudando lo justo y sin perder la sonrisa.




'Muévete en casa' es el espacio con el que La 2 de TVE anima a todos los ciudadanos a cuidar su forma física desde sus domicilios durante el tiempo de aislamiento. Un programa con ejercicios sencillos y diferenciados por edades, conducido por el profesor de fitness de OT, Cesc Escolà, cada mañana de 09:00 a 09:30h, aunque desde la página web, tú puedes realizar las sesiones a la hora que mejor te venga. Yo, ni conozco a este señor y suponto que eso de OT se referirá a Operación Triunfo (sigo sin entender esa manía de las abreviaturas), pero son programas entretenidos, fáciles de hacer y siempre usando materiales que puedes encontrar habitualmente en cualquier casa.




A través de youtube ofrece varios canales desde los que podrás
practicar yoga, mejorar tu técnica para correr, realizar ejercicios de relajación o prepararte zumos sanos.



Por supuesto, si conoces más sitios de interés no dudes en enviarlos y compartirlos con nosotros.
¡Ahora todos a sudar!

PEQUEÑAS ALEGRÍAS, 6: LA BIBLIOTECARIA DESTRONADA

Nunca nadie ha sido más feliz por perder una corona que ha lucido una temporada pero que le ha pesado demasiado. Y digo destronada porque durante este tiempo esa corona ha inutilizado mis mermadas facultades, impidiéndome trabajar codo con codo con mis compañeros y compañeras que lo están dando todo. La Biblioteca de Peñafiel, un ejemplo de profesionalidad y de integración de la biblioteca en la comunidad, dedica todos los días un abrazo a alguien, persona, institución, proyecto, colectivos que en esta inesperada crisis juegan papeles decisivos y resolutivos, pasivos y sufridores en otros casos. Este gesto une más a estos magníficos profesionales con sus vecinos que no han perdido el contacto con este centro de encuentro y convivencia que es su biblioteca. Por todo esto, yo, vil imitadora, quiero dedicar también desde mi confinamiento (palabreja que se ha puesto de moda) un ABRAZO muy fuerte a todas las compañeras y compañeros bibliotecarios de las Bibliotecas de Castilla La Mancha por el esfuerzo que están realizando para seguir activando sus bibliotecas, aprendiendo e ideando nuevos recursos con los que seguir fidelizando lectores. En particular este abrazo va dirigido a mi gente de la BPE de Albacete (lo siento, barro para casa) porque ellos sí que hacen honor al dicho “la unión hace la fuerza” y una vez más han demostrado que cuando los acontecimientos se tuercen su capacidad de reacción se multiplica y luchan y trabajan al unísono dejando en la cuneta todas las diferencias. Va por ellos.”

Hace poco, una compañera de trabajo nos dedicaba estas palabras, que titulaba "La bibliotecaria destronada". Qué quieren que les diga, uno que estos días está muy sensible con cualquier muestra de entereza, de profesionalidad, de sacrificio y de tantos otros buenos valores que tanta gente está demostrando estos días, se emociona
con gestos así. Esta compañera que ha tenido la mala suerte de tener que bregar con el bicho, una vez que se deshizo de él, nos dedicó estas palabras que tanto emocionan y se agradecen. Sin duda, el reconocimiento tanto de compañeros como de las personas hacia las que va dirigido nuestro trabajo, sea cual sea, es otra pequeña alegría a la que aferrarse estos días. En este caso, diría que es más una gran alegría. El trabajo, suena raro decirlo, está siendo estas semanas una de las principales vías de escape de mucha gente. Es cierto que las condiciones son en la mayoría de los casos peores que cuando se realizaba el trabajo en condiciones habituales. Hay que estar pendiente y pelear porque estas sean las más seguras posibles. Basta escuchar los comentarios de personal sanitario, que desde los primeros días se vieron desbordados por la falta de material, de personal y de previsión. Ellos han sido los primeros en demostrar una gran entereza y en multiplicar su esfuerzo. Va para ellos nuestro agradecimiento todas las tardes a las ocho. Aunque está claro que el agradecimiento no deberá quedarse ahí una vez que todo esto haya acabado. Y que también habrá que aplaudir y agradecer como se merecen a todas aquellas personas que con su trabajo diario, su tenacidad y su capacidad de resistencia están haciendo que estos días sean lo más llevaderos posibles. Así que recuerda, tu agradecimiento siempre reconforta y ayuda, del mismo modo que han reconfortado las palabras de nuestra compañera. Agradece que no es poco.

MIS VECINOS por LoK

La deliciosa vaharada de olor a guiso casero me hace saber automáticamente qué día es hoy: media tarde de un sábado cualquiera. Dicen que el olfato es el más emocional de los sentidos, quizá porque por ser el más primitivo nos lleva a evocar fuertemente nuestros recuerdos. Inconscientemente llevo ya mucho tiempo sabiendo en qué día vivo gracias a la cocina de mis vecinas, dos mujeres sencillas, trabajadoras, alegres, cariñosas y familiares que cuidan, como si de una delicada flor única se tratase, del bienestar de sus padres ya mayores, especialmente de su madre, enferma de Alzheimer, a la que constantemente estimulan y le lanzan, no sin razón, unos sinceros: “¡GUAPA!”. Tienen una disciplina maravillosa en su menú semanal y nuestras cocinas, una junto a la otra y, ambas, con una ventana hacia la corrala, hacen que comparta con ellas los olores, siempre agradables, de sus recetas. Ya sé que en un par de horas el sonido de la batidora que tritura la verdura del puré marcará el comienzo de la noche y que la cena de la Señora Pilar y del Señor Joaquín estará a punto de comenzar. La rutina diaria marcada por el olfato termina con una delicada fragancia a anís. Imagino la sedante y digestiva infusión que después de la cena toman antes de irse a acostar. Y como un acto reflejo de ese aroma, un gran bostezo sale de mi boca. Mi hora de irme a la cama está también próxima, lo que demuestra que mi metabolismo lo marcan de un tiempo a esta parte los ritmos circadianos de la cocina de mis vecinas.
Vivo en un edificio bajo, retranqueado más de medio metro en una acera ancha de una calle arbolada del centro de Madrid, un barrio que fue cuna de la manolería más castiza de antaño, hoy transformado en el ombligo de la gentrificación universal. En la fachada, dos locales ocupados, uno por un restaurante libanés que, a pesar de su amable nombre, “Habibi”, siempre me ha parecido la oscura tapadera de los negocios más turbios que mi disparatada imaginación es capaz de proyectar. El otro local lo ocupa Alí, un egipcio listo, vivo, risueño y que siempre me saluda efusivamente de la misma manera: “¿¡Cómo estás, Vecina!?”. Es un amable saludo y una pregunta abierta o retórica, eso ya depende de mis ganas de entablar con él una conversación, o contestarle con un simple: “¡Todo bien!”.
Sobre los locales, una primera planta con sendos balcones coronados por dos pequeñas buhardillas y, en la parte de atrás, un piso extra que se eleva alrededor de la corrala en forma de U conforman todo el edificio. Se construyó en la forma típica de casas con corredores alrededor de un pintoresco patio de vecinos, y hoy en día aún conserva la fuente que surtía de agua a toda la comunidad y que hace que fácilmente puedas imaginar que la vida de los vecinos giraba alrededor de este patio y de esta fuente. La necesidad, unida a la atracción y al poder que tiene el agua sobre los seres vivos, es innegable. Otro vestigio de esos otros tiempos, gráfico ejemplo de la dureza de la vida para todos los habitantes de este edificio desde su construcción, son los baños comunitarios, uno en cada uno de los tres corredores compartido con los habitantes de los ocho pisos de cada pasillo, herencia impúdica de la falta de aseos en las minúsculas casas -no más de 30 m2 por Ley-, que debían albergar estas construcciones, ideadas para acoger indignamente cerca de las zonas fabriles a los numerosos trabajadores que emigraban a la capital en busca de un empleo.
La Fábrica de Tabacos quedaba a tres calles y, un poco más lejos, el Matadero, y ambos eran el destino de los habitantes de mi edificio. Esos lugares aún siguen en pie, hoy reconvertidos en espacios multiculturales y de promoción del arte, sin atisbo de lo que hace años supusieron para esta ciudad y su gente: centros de trabajo de las luchadoras “cigarreras de Lavapiés” en un caso, y en el otro: aparte de lugar de trabajo para un sinfín de personas, depósito de munición para la valiente resistencia republicana en el sitio de Madrid, duro y cruel campo de exterminio del 39 al 42 y almacén de patatas en el terrible año del hambre, 1940. Asola enormemente la idea de pensar en el trabajo, en el sufrimiento y en la lucha que aquí se produjeron y más aún asola el hecho de que muy entrado este nuevo siglo XXI no exista ni una sola placa conmemorativa, ni un ápice de historia que avive la memoria de estos lugares, tan necesaria para que no se repitan las atrocidades de que fueron testigos silenciosos. Porque el arte, la cultura deben tener también ese cometido: servir de voz a la historia.
Pero la historia que en esta ciudad día a día podría haber seguido sucediendo sin más, sin pensar, sin reflexionar, se ha truncado. Un maremoto invisible ha borrado de un plumazo las hordas de molestos turistas en el barrio, ha hecho desaparecer los silbidos dándose el “agua” de los delincuentes callejeros, ha callado los desafinados cánticos de los borrachos y ha extinguido automáticamente todo el bullicio y el ajetreo de los vecinos en las terrazas, en las tiendas o, simplemente, en la calle. De golpe, como si una gran ola gigante hubiera barrido la algarabía constante de este barrio, el ruido del tumulto y de los coches ha sido sustituido por un enorme silencio, sólo roto por el agradable piar de los pájaros, por el esporádico ladrido de algún perro, cansado ya de tanto paseo que a modo de salvoconducto usa su dueño para poder salir fuera de casa, por los puntuales aplausos de las ocho de la tarde y por el precioso Ṣalāt que al caer el sol cantan los muchos musulmanes desde sus balcones, un rezo universal que reconforta a quien sepa escucharlo. Pensar que esto no sólo sucede en mi calle, único horizonte que puedo ver desde mi ventana, sino que marca el ritmo de todas las calles de la Tierra me hace sentir escalofríos. Es la guerra que le tocaba vivir a nuestra generación. Una guerra despiadada, inhumana, porque el invisible enemigo aún no se ha dado a conocer del todo, tan sólo ha mostrado los efectos destructivos de su más efectiva artillería, y el tremendo horror de sus resultados: más saña y mayor letalidad cuanto más débil es la víctima.
Un vecino del edificio de enfrente, muy enfático en todo –es curioso lo que dice de nosotros la forma de aplaudir- y deseando encontrar cómplices en su idea de que todos los que aplaudimos a diario nos juntemos al final del confinamiento en una gran fiesta en la calle, cuenta una bonita historia que rescato como un náufrago se aferra a su tabla: su padre le contaba que en el barrio donde creció, en Pacífico, y a pesar de vivir en un quinto piso sin ascensor, cogía a diario la silla de mimbre y el botijo con agua rebajada con anís y, después de la dura jornada, se bajaba a tomar el fresco con los vecinos a la calle. Era la necesidad de hermanamiento con el prójimo, de sentir que tu vecino estaba allí, de preocuparse por la vida de los demás, por lo bueno, por lo malo, y de estar todos a una.
Y yo sé que ese sentimiento permanece y, no sólo eso, que el silencio que ha impuesto el confinamiento lo va a hacer más fuerte. La algarabía del tumulto ha sido sustituida por la reflexión. Quienes habitamos este edificio homenajeamos a esos primeros habitantes que tanto sufrieron y a los que vinieron después. La historia hecha con retales de vidas pasadas. Poco a poco el humano que habita en nosotros empieza a despertar, o demuestra que nunca se había ido del todo, sólo estaba aletargado, dormido, sedado ante tanto ruido…
Porque saber que si a medianoche tu madre se pone mala y tienes que ir al hospital, una vecina podrá cuidar de tu padre el cual, cauto, sin querer molestar, rechazará amablemente la compañía, agradecerá de corazón el gesto, y, preocupado y solo después de 60 años de matrimonio, se quedará cabizbajo tomando lo que más calor puede darle en esos momentos de angustia: un simple vaso de leche caliente con galletas; el sabor del hogar. Y que la vecina seguirá como una espía cada leve sonido del arrastrar de las zapatillas del Señor Joaquín sobre el piso, adivinando en los suspiros cada sentimiento, mascando en sus lágrimas la angustia porque la maldita mala suerte haya hecho que precisamente ahora la Señora Pilar haya caído enferma. Pero el destino parece estar del lado bueno del mundo por una vez, una gastroenteritis aguda y en tres horas vuelven a estar en casa, a salvo. Esta vez el susto solo ha servido para poner en evidencia el sentimiento de vecindad que, sin necesidad de palabras, existe en mi comunidad.
Precisamente ahora más que nunca es necesario ese sentimiento de
hermanamiento, de vecindad, de estar todos a una. Resistir, sobrevivir sin más, no es suficiente, hay que salir más humanos, más unidos, debemos aprender algo. Quiero pensar que un nuevo Renacimiento está a punto de estallar… y que después de esta distopía el subhumano en que nos habíamos convertido desaparecerá para dar paso a un nuevo humanismo.
Mis vecinas me han contado que la Señora Pilar llevaba un par de días sin hablar. A pesar de que su cruel enfermedad le haga perder la conciencia de quién es o dónde está, debe saber que algo poco habitual está sucediendo. Pero hoy un radiante sol después de varios días de frío y tormenta nos ha recordado que la primavera ha llegado en este mes que llevamos de confinamiento, los pájaros cantaban alegremente y la suavidad en la melodía de la Klásica imprimía una luz suave a la corrala. Y en ese ambiente el dulce olor de un bizcocho casero lo ha inundado todo y, como por arte de magia, el sentido del olfato ha hecho saltar el resorte de la memoria de Doña Pilar que, sonriente y alegre, les ha gritado a sus hijas: “¡¡¡GUAPAS!!!”


Este cuento nos lo envía Lok desde la galdosiana calle Ave María, que tanto se menciona en Fortunata y Jacinta. Además, la corrala sobre la que  escribe es la misma en la que pasó Arturo Barea su infancia. De hecho, me cuenta la autora que el cuento surgió a raiz de una frase de este autor. Todo un baño de reminiscencias literarias para celebrar de algún modo este viernes. ¡Gracias Lok!

PEQUEÑAS ALEGRÍAS, 5: LA COCINA

Empiezan a rondar por los periódicos una serie de noticias advirtiendo que están empezando a agotarse las levaduras y harinas de todo tipo. Parece ser que a la mitad de los españoles les ha entrado una fiebre repostera o incluso se están planteando hacerse su propio pan. Que no se alarmen las panaderías porque mientras tanto la otro mitad sigue yendo a comprar el pan religiosamente todos los días. Un servidor no deja de ver cada mañana desde el balcón a gente paseando tan ricamente con su pan bajo el brazo. Leí también por ahí que a alguien lo habían detenido porque salía a pasear todos los  días con la misma barra, y claro, lo pillaron porque un día el pan se le cayó al suelo y partió un par de baldosas del acerado público. Pero eso es otra historia, allá cada uno con su picaresca. El caso es que estamos en plenas fiestas de semana santa y de algún modo hay que llevar a casa un poco de ambiente festivo. Y que mejor manera de hacerlo que a base de dulces y demás chucherías. Lo que está claro es que estas semanas, la cocina, por aburrimiento y también por necesidad (algo tenemos que comer todos los días) se está conviertiendo en otra de nuestras pequeñas alegrías. De todos lados me llegan noticias y comentarios de cómo se están desempolvando mandiles, sacando de sus rincones robots culinarios y utensilios de cocina para ponerse con las manos en la masa. Con más o mejor acierto, la creatividad gastronómica se está disparando en todos los hogares del país. Puede que el único español que aún no haya hecho ningún alarde en este sentido sea quien escribe esto. Lo siento, soy un auténtico negado para este noble arte. A duras penas logré durante de mi época de estudiante dar el salto de abrir un lata de atún a freir un huevo. Mi único experimento estos días ha sido hacerme una fuente de dos litros de arroz con leche que he tardado en comerme casi una semana. Milagrosamente, sigo manteniendo el tipo, la báscula aún no sale corriendo cuando me ve venir.

Dejo sin embargo un enlace a una noticia de la web cultura inquieta en la que desde Tokio una madre muy original, (Etoni Mama, al parecer muy conocida en Instagram) convierte mundanos huevos fritos en auténticas piezas de museo. Por supuesto, animo a todo el mundo que mande sus aportaciones a este blog, que sigue queriendo ser una especie de diario de esas pequeñas cosas que vamos descubriendo día a día y que nos hacen esta cuarentena más llevadera. ¡Buen miércoles y ánimo con todo!