PEQUEÑAS ALEGRÍAS, 8: MI VECINDARIO Y LA CURVA DE LA ESPERANZA.

Pasan los días y cada vez en más difícil mantener el ánimo. Esto de no saber a ciencia cierta qué día terminará la cuarentena hace que la espera resulte aún más desesperante. Además, cada día que pasa está más claro que la vuelta a la normalidad tendrá que esperar. No parece probable que una vez que salgamos a la calle, podamos ponernos a dar abrazos como locos a cualquier persona que nos crucemos por la calle, y nos metamos de cabeza a un bar a celebrar la recuperación de la tan ansiada libertad. Además, cada vez el cerco de al tragedia se va estrechando. Estamos a todas horas hablando con familiares y amigos y a veces alguno de ellos te anuncia la defunción de algún ser querido. No sabes cómo actuar en esos momentos. ¿Cuál es el término medio, la actitud justa, cómo mantener la compostura y el ánimo ante una noticia así? De repente entre todos los libros que has leído a lo largo de tu vida te das cuenta de que es imposible encontrar las palabras adecuadas. Pero hay que seguir, continuar andando a pasos cortos recordando en cada uno de ellos a nuestros seres queridos, los que están y los que ya no están a nuestro lado.

Como todos estos días, durante las últimas semanas me pongo a hacer la comida escuchando la radio. A esa hora el Gobierno ya ha dado los datos y hecho el balance de las últimas 24 horas. Ayer 410 muertes, hoy 399. Son datos buenos, dentro de la tragedia que siempre supone la muerte de tantas personas. Desde hace varios días el número desciende y eso, no diré que es motivo de una pequeña alegría pero sí de una agradable esperanza. Por fin parece que la dichosa curva de la que estamos todos penientes comienza a descender. Mientras sigo escuchando los comentarios de expertos y no tan expertos oigo una animación atípica en mi calle. Me limpio las manos en el delantal y así, con mi pinta de pinche de cocina, que uno estos días ha perdido las ganas de seguir aparentando algo de glamour, salgo al balcón (al menos el delantal tapa el chandal). Hay un acalorado debate de balcón a balcón. Incluso veo gente en ventanas y terrazas en las que pensaba que no había nadie. Por supuesto, el tema es el coronavirus y cómo está afectando a nuestras vidas. Se comparten momentos vividos, cerveza en mano, durante el encierro, se gasta alguna broma, se ríe, se suspira con fingida desesperación, el ambiente es pese a todo, agradable. Que es lunes y vuelve a verse algo más de movimiento por nuestra calle, nuestro universo. Alguien pregunta entonces que si aprenderemos algo de todo esto. Se hace el silencio durante unos segundos y las voces vuelven a brotar como briznas de césped. Los comentarios son de nuevo variados, está claro que a todos, estos días los están marcando. La respuesta final parece unánime. Nadie en mi calle piensa realmente que recordaremos durante mucho tiempo la lección que nos está dando la pandemia. “El ser humano no escarmienta” apuntilla un vecino. Y todos asienten con diversos gestos. Yo no estoy de acuerdo, no he participado en la tertulia, pero he escuchado con atención las aportaciones de unas y de otros y noto en todos ellos cambios sutiles. De algún modo yo sí espero que de todo esto surja una sociedad nueva. El ser humano no escarmienta, pero a base de palos va encontrando su camino, aunque tenga esa innata tendencia a salirse pronto de él. El cambio no será drástico, eso creo que tampoco sería bueno, pero espero que de toda esa nostalgia por las personas que más queremos, por la necesidad de recuperar el contacto físico, por volver a sentirse próximos a otros, por la avalancha de recuerdos que nos cubren estos días, por descubrir en nosotros una profundidad inaudita, por la certeza de comprobar la inutilidad de tantos de los objetos que nos rodean habitualmente, por el desgaste vano de tantos hábitos a los que nos sentimos obligados sin tener motivo... Por todas estas nuevos pensamientos y sensaciones que se han apoderado de nuestro día a día, creo que serán muchos los que que serán nuevas personas, mejores personas, las que salgan de nuevo a la calle. Esta es mi pequeña alegría. Me vuelvo así, a la cocina, de donde empieza a salir olor a quemado, con una ligera sonrisa.

Pongo de nuevo la radio. Están hablando ahora de que en Aragón se están empezando a repartir diplomas a los niños que han superado con paciencia la cuarentena. Así a bote pronto, me parece un gesto bonito. Pero viendo los comentarios que desatan la noticia, en unos minutos empiezo a dudar de mi idea inicial. Solo de una cosa estoy seguro: los niños son seres maravillosos, con los adultos no lo tengo tan claro.

1 comentario:

  1. Pues mis vecinos no dicen ni mu. Ojalá sea verdad que nos volvamos mejores. Un abrazo, Julián

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