Pasan
los días y cada vez en más difícil mantener el ánimo. Esto de no
saber a ciencia cierta qué día terminará la cuarentena hace que la
espera resulte aún más desesperante. Además, cada día que pasa
está más claro que la vuelta a la normalidad tendrá que esperar.
No parece probable que una vez que salgamos a la calle, podamos
ponernos a dar abrazos como locos a cualquier persona que nos
crucemos por la calle, y nos metamos de cabeza a un bar a celebrar la
recuperación de la tan ansiada libertad. Además, cada vez el cerco
de al tragedia se va estrechando. Estamos a todas horas hablando con
familiares y amigos y a veces alguno de ellos te anuncia la defunción
de algún ser querido. No sabes cómo actuar en esos momentos. ¿Cuál
es el término medio, la actitud justa, cómo mantener la compostura
y el ánimo ante una noticia así? De repente entre todos los libros
que has leído a lo largo de tu vida te das cuenta de que es
imposible encontrar las palabras adecuadas. Pero hay que seguir,
continuar andando a pasos cortos recordando en cada uno de ellos a
nuestros seres queridos, los que están y los que ya no están a
nuestro lado.
Como
todos estos días, durante las últimas semanas me pongo a hacer la
comida escuchando la radio. A esa hora el Gobierno ya ha dado los
datos y hecho el balance de las últimas 24 horas. Ayer 410 muertes,
hoy 399. Son datos buenos, dentro de la tragedia que siempre supone
la muerte de tantas personas. Desde hace varios días el número
desciende y eso, no diré que es motivo de una pequeña alegría pero
sí de una agradable esperanza. Por fin parece que la dichosa curva
de la que estamos todos penientes comienza a descender. Mientras sigo
escuchando los comentarios de expertos y no tan expertos oigo una
animación atípica en mi calle. Me limpio las manos en el delantal y
así, con mi pinta de pinche de cocina, que uno estos días ha
perdido las ganas de seguir aparentando algo de glamour, salgo al
balcón (al menos el delantal tapa el chandal). Hay un acalorado
debate de balcón a balcón. Incluso veo gente en ventanas y terrazas
en las que pensaba que no había nadie. Por supuesto, el tema es el
coronavirus y cómo está afectando a nuestras vidas. Se comparten
momentos vividos, cerveza en mano, durante el encierro, se gasta
alguna broma, se ríe, se suspira con fingida desesperación, el
ambiente es pese a todo, agradable. Que es lunes y vuelve a verse
algo más de movimiento por nuestra calle, nuestro universo. Alguien
pregunta entonces que si aprenderemos algo de todo esto. Se hace el
silencio durante unos segundos y las voces vuelven a brotar como
briznas de césped. Los comentarios son de nuevo variados, está
claro que a todos, estos días los están marcando. La respuesta
final parece unánime. Nadie en mi calle piensa realmente que
recordaremos durante mucho tiempo la lección que nos está dando la
pandemia. “El ser humano no escarmienta” apuntilla un
vecino. Y todos asienten con diversos gestos. Yo no estoy de acuerdo,
no he participado en la tertulia, pero he escuchado con atención las
aportaciones de unas y de otros y noto en todos ellos cambios
sutiles. De algún modo yo sí espero que de todo esto surja una
sociedad nueva. El ser humano no escarmienta, pero a base de palos va
encontrando su camino, aunque tenga esa innata tendencia a salirse
pronto de él. El cambio no será drástico, eso creo que tampoco
sería bueno, pero espero que de toda esa nostalgia por las personas
que más queremos, por la necesidad de recuperar el contacto físico,
por volver a sentirse próximos a otros, por la avalancha de
recuerdos que nos cubren estos días, por descubrir en nosotros una
profundidad inaudita, por la certeza de comprobar la inutilidad de
tantos de los objetos que nos rodean habitualmente, por el desgaste
vano de tantos hábitos a los que nos sentimos obligados sin tener
motivo... Por todas estas nuevos pensamientos y sensaciones que se
han apoderado de nuestro día a día, creo que serán muchos los que
que serán nuevas personas, mejores personas, las que salgan de nuevo
a la calle. Esta es mi pequeña alegría. Me vuelvo así, a la
cocina, de donde empieza a salir olor a quemado, con una ligera
sonrisa.
Pongo
de nuevo la radio. Están hablando ahora de que en Aragón se están
empezando a repartir diplomas a los niños que han superado con
paciencia la cuarentena. Así a bote pronto, me parece un gesto
bonito. Pero viendo los comentarios que desatan la noticia, en unos
minutos empiezo a dudar de mi idea inicial. Solo de una cosa estoy
seguro: los niños son seres maravillosos, con los adultos no lo
tengo tan claro.
Pues mis vecinos no dicen ni mu. Ojalá sea verdad que nos volvamos mejores. Un abrazo, Julián
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