MURIÓ EDWARD LIMÓNOV... POR FIN DESCANSAMOS EN PAZ

El 17 de marzo, cuando sólo llevábamos tres días de confinamiento y cuando la gran mayoría de nosotros aún no éramos conscientes de lo que se iba a alargar la cuarentena, moría el escritor Eduard Limónov. No puedo confirmarlo, aunque creo que no murió por el dichoso coronavirus. Rodrigo Fernández, en un artículo que escribió para El País allá por el año 2003 lo definió como “el más escandaloso de los escritores rusos vivientes y uno de los más importantes novelistas de la Rusia contemporánea”.

Otros titulares, escritos el día de su defunción o en días posteriores,
fueron;
ególatra trotamundo” (La diaria)
un personaje poliédrico y complejo, odiado y amado, que había construido su vida desde una profunda convicción rebelde, con alma de creador punk” (La vanguardia)
venerated “talented misfits” and claimed to offer a galvanizing cause for hopeless youths. But his politics were built on Russian revanchism — a “National Bolshevism” combining fascist imagery with a claim to restore Soviet grandeur” (Jacobin)
The ‘Johnny Rotten’ of Soviet dissident writers who delighted in making enemies and shocking bourgeois sensibilities” (TheTimes)
príncipe del 'underground' soviético y rata mayor de Nueva York” (ElPeriódico)
Mujeriego y radical, la controvertida vida del escritor y político es digna de ser llamada «de película», aunque una película para algunos indigerible por racista, imperialista y misógina”, (ABC)
 “Político, novelista incendiario, punk, guerrillero, extremista, poeta maldito” (El País)
el político y escritor, tornado en excéntrico personaje literario” (El diario).

Después de titulares así queda claro que no era un artista que dejara indiferente a nadie. Yo poco más puedo añadir, sino que el descubrimiento de la obra de este escritor par mí fue todo un acontecimiento. Hacía mucho tiempo que no me reía tanto, de estas veces que hasta tienes que detener la lectura para poder carcajearte a gusto, como cuando empecé a leer sus biografías “Historia de un servidor” e “Historia de un granuja”. En la primera cuenta con mucho descaro y una frecura inusual sus anécdotas como criado de un ricachón de Nueva York, ciudad a la que se exilió como tantos otros rusos en la década de los setenta. En la segunda, retrocede en el tiempo para contarnos como malvivía la bohemia de Jarkov (Ucrania), ciudad en la que vivió sus primeros años. Todas sus historias son relatos de una picaresca moderna, siempre plagadas de retales de humor, pero que acaban mostrando a ratos con ironía, otras con resentimiento, con acidez o resignación la precariedad y dureza en la que vivían tantas y tantos artistas rusos primero bajo la dictadura comunista y después, los afortunados que pudieron emigrar o huir, en el no tan dorado exilio americano. Muchos pensaban que por su simple halo de artistas serían recibidos en el nuevo mundo con los brazos abiertos. Llegaron al país de las libertades, pero para retomar la senda del éxito, debieron sudar tinta en un país en el que las reglas del juego eran completamente diferentes a como ellos habían esperado. No todos lograron rehacer del modo que esperaban sus trabajos como escritores o artistas. Ambos libros están publicados por Ediciones del oriente y del mediterráneo.
Estas dos novelas las podrás encontrar en la Biblioteca Pública de Albacete, así como la biografía que sobre Limónov escribió Carreré, la cual dio a conocer a este excéntrico artista.


Además, poco antes de que empezara la cuarentena este que os escribe, tuvo la suerte de leer “Soy yo, Edichka” de la editorial Marbot, su primera novela, también centrada en sus años pasados en nueva york, realizando todo tipo de trabajos e intentando hacerse un hueco entre la camarilla de artistas y vividores que pululaban por la ciudad. Un relato descarnado y salvaje, que te remueve continuamente el estómago y que no te deja indiferente.

Las memorias de Eduard Limonov sobre sus primeros años de emigrado en Nueva York solo encontraron editor en París. Tal vez temiendo que el libro pudiera pasar desapercibido —su autor era casi un desconocido en Occidente; no así en Rusia, donde tenía un gran cartel como poeta underground—, optó por cambiar el título original ruso por otro bastante más picante: El poeta ruso prefiere a los negrazos. En este caso, sin embargo, el explícito intento deépater le bourgeois encaja perfectamente con el contenido del libro, donde el sexo es omnipresente y no conoce barreras de pudor,
de orientación y por momentos de cordura, la política resulta de todo punto inseparable de la violencia, y el odio de clase más démodé preside la relación con la mayoría de sus conciudadanos. El amor —pues se trata de una historia de amor— se parece más que nada a una enfermedad”. (El País, Librotea)


Cuando me enteré de su muerte, no sé por qué, pero me acordé de la leyenda que que dice que en el epitafio que hay escrito en la lápida de la tumba donde yace Klaus Kinski pone algo así como: “Aquí yace Klaus Kinski, por fin descansamos en paz”. Estoy seguro que más de uno fue lo primero que pensó al enterarse de la muerte de este hombre inquieto y agitador profesional.

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