Pasan
los días y la gente está más nerviosa. Y los que están al pie del
cañón están más cansados. Comparados con ellos, seguimos siendo
muy afortunados. Aguantamos la rutina gracias al teletrabajo,
caótico, inestable pero que nos permite mantenernos ocupado a golpe
de teclado y ratón. A ratos aguantamos, a ratos disfrutamos con
quienes nos ha tocado compartir espacio. Hace unos años médicos,
enfermeras y demás personal sanitario nos pidieron que salieramos a
la calle a defender sus puestos de trabajo y denunciar el
desmantelamiento de sus hospitales. Se llenó en país de mareas de
muchos colores. ¿Qué hiciste tú? Ahora nos piden justo lo
contrario, que nos quedemos en casa. Y uno, desde esta trinchera de
algodones a veces no puede evitar sentirse un poco inútil, bueno,
incluso bastante inútil. Pero hay que seguir, lo que nos han pedido
es muy fácil. Cuando esto acabe, en vez de salir corriendo a llenar
de nuevo bares, estadios, gimnasios o salones de belleza a ver si
recompesamos su esfuerzo como se merecen. Que no nos engañen quienes
se darán prisa en volver a sembrar el odio entre nosotros y por una
vez, hagamos algo juntos. Después de los aplausos de cada día
debemos premiar como se merecen a esos héroes de bata blanca, de
camisa de camionero, de guantes de limpiador, de gorro de policía,
de mandil de dependienta...
No
sé si tendremos el cuerpo para muchas alegrías despues de más de
una semana de encierro. Algunas personas me siguen enviando sus
pequeñas sorpresas diarias y yo quiero compartilas con vosotros.
Para eso se creó este espacio. Alguien por ejemplo me cuenta cómo a
descubierto el gusto por la papiroflexia. En fin, no logra hacer que
nada se parezca a lo que debe ser pero encuentra entretenido este
ancestral arte de darle vida a trozos de papel. Cada día acepta un
reto de un amigo y se afana en doblar unos pedazos de folios. Otro de
los placeres que ha retomado estos días es el de hacer sus propios
zumos. Escondida en un armario ha vuelto a utilizar una vieja
licuadora que ya había olvidado. Despiste de algún regalo de
cumpleaños que se fue sepultando entre trastos viejos. Una amiga me
contó por teléfono lo bonito que le resultó un paseo por la lluvia
mientras iba a la compra. Yo no pude evitar sentir envidia y al día
siguiente bajé a sacar la basura justo en el momento que más
llovía. Disfruté de cada paso que di hasta el contenedor del mismo
modo que si estuviese paseando por un continente recién descubierto.
Me dejé el paraguas en casa para sentir sobre mi cara el agua, el
viento fresco, la sensación de tener sobre mi cabeza nubes grises y
no simplemente el techo de mi salón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario